Me dirijo a estudiantes del Derecho de la Corporación Universidad Americana, bien sé que la misión de la Universidad es forma seres humanos competentes e integrales, mediante procesos académicos e investigativos con proyección social y empresarial, para liderar la construcción de una sociedad más incluyente, justa y equitativa, donde el genio florece como en su medio natural.
Pero en Facultades como la nuestra que tienen un alumnado masivo, no es probable que todos los que consigan su título de Abogado vayan a dedicarse al litigio con principios basados en la ética y la moral, por ello es necesario que se nos instruya de alguna preparación para enfrentarse con la vida profesional y sus problemas.
En el mundo agitado de hoy, en la etapa crítica y angustiada que atravesamos, se podría hablar de la función del jurista, del abogado y su circunstancia,diríamos en lenguaje ya recibido. Se podría comparar el nivel intelectual de la sociedad Colombiana, analizar el ambiente moral que se respira y el que ahora nos envuelve. El abogado de hoy, incurre en ocasiones en un malabarismo conceptual que no aumenta, ciertamente, su seriedad ni su prestigio. Tan lejos del rigor están la vulgaridad como la pedantería.
Cabe ahora preguntarse si la profesión es realmente lo que debe ser, lo que puede ser, no quiere ensombrecer nuestras ilusiones con una visión irremediablemente pesimista, pero somos seres humanos propensos a los errores y, por encima de aquella consideración, tengo el deber de decir la verdad.
La verdad es que soy un decepcionado por el clima de corrupcion que se vive, el clima de casi todo el mundo es poco estimulante para que la Abogacía y la Administración de Justicia se desenvuelvan en la altura y el rigor que son consustanciales con su noble ser.
Primero, porque el Derecho, que es una de las mayores conquistas de la cultura humana -y en buena parte de la civilización, obra de esa cultura, es en cuanto hecho social el Derecho mismo-, es hoy un valor casi universalmente despreciado.
Digamos también que, por la misma naturaleza de las cosas, el abogado está siempre expuesto a la amargura de que su trabajo, aunque sea perfecto técnica moralmente, inteligente y recto,¡Son tantos los factores que lo condicionan! No ya sólo por las impurezas de la realidad: maquinaciones, oportunismos, presiones muchas veces resistidas hasta el heroísmo, lo que ni puede pedirse ni puede darse siempre. Pero aun en los casos frecuentes del más escrupulosos enjuiciamiento, todo queda sometido a la apreciación y la decisión ajena.
La incertidumbre está en las leyes que manejan los abogados. ¡Es la grandeza y la servidumbre de la libertad del ser racional!
Pero pese a todo, para quienes tenemos conciencia jurídica, la lucha por el Derecho, por el establecimiento y el mantenimiento efectivos de un orden jurídico -sea en un régimen político liberal o autoritario, o en otro que signifique una necesaria corrección de los dos-, constituye el gran deber y la gran verdad.
Estas reflexiones no deben servir, para desanimarnos, sino, al contrario, para alentarnos a emplear en esa lucha necesaria todo el ímpetu juvenil, alertados, vigilantes y exigentes; "per non dormire", como reza la divisa d´anunziana.
La profesión de abogado ha de ejercerse en un sentido de humanismo, porque la materia con la que trabaja el jurista son sentimientos y pasiones, reacciones vitales, cargas afectivas, ambiciones, ilusiones y fracasos.
Tengo la creencia en que el Derecho es la vía inmediata para la consecución de la Justicia,la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico está incardinada a una verdad mucho más esencial: se trata, más bien, de asumir una responsabilidad ética. Esta profesión tiene sentido cerca de quienes sufren. De quienes son agraviados, ofendidos u oprimidos. La profesión de abogado, solo tiene sentido desde el servicio a la Justicia, la Justicia entendida en un sistema de libertades, de respeto a la legalidad, de proporcionalidad, una Justicia humanitaria.
Nuestros actos como abogados sobre el interés de nuestros representados: podemos tensar tan fuertemente nuestras pretensiones que éstas acaben por quebrar definitivamente la unidad de una familia, o por el contrario, podemos procurar una solución amistosa que beneficie a todos. Todas esas decisiones, diarias y cotidianas, forman parte de un esquema vital. Elegir, al fin y cabo, entre la inmediata recompensa profesional o económica, o un bien social muy superior. Se trata, de elegir entre la bolsa… o la vida.
Hago votos muy sinceros para que quienes iniciemos este camino lleno de asperezas y sinsabores, pero también de serenos goces y de satisfacciones elevadas, lleguen a conocer, para la abogacía, días de plenitud y de gloria.
Pero pese a todo, para quienes tenemos conciencia jurídica, la lucha por el Derecho, por el establecimiento y el mantenimiento efectivos de un orden jurídico -sea en un régimen político liberal o autoritario, o en otro que signifique una necesaria corrección de los dos-, constituye el gran deber y la gran verdad.
Estas reflexiones no deben servir, para desanimarnos, sino, al contrario, para alentarnos a emplear en esa lucha necesaria todo el ímpetu juvenil, alertados, vigilantes y exigentes; "per non dormire", como reza la divisa d´anunziana.
La profesión de abogado ha de ejercerse en un sentido de humanismo, porque la materia con la que trabaja el jurista son sentimientos y pasiones, reacciones vitales, cargas afectivas, ambiciones, ilusiones y fracasos.
Tengo la creencia en que el Derecho es la vía inmediata para la consecución de la Justicia,la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico está incardinada a una verdad mucho más esencial: se trata, más bien, de asumir una responsabilidad ética. Esta profesión tiene sentido cerca de quienes sufren. De quienes son agraviados, ofendidos u oprimidos. La profesión de abogado, solo tiene sentido desde el servicio a la Justicia, la Justicia entendida en un sistema de libertades, de respeto a la legalidad, de proporcionalidad, una Justicia humanitaria.
Nuestros actos como abogados sobre el interés de nuestros representados: podemos tensar tan fuertemente nuestras pretensiones que éstas acaben por quebrar definitivamente la unidad de una familia, o por el contrario, podemos procurar una solución amistosa que beneficie a todos. Todas esas decisiones, diarias y cotidianas, forman parte de un esquema vital. Elegir, al fin y cabo, entre la inmediata recompensa profesional o económica, o un bien social muy superior. Se trata, de elegir entre la bolsa… o la vida.
Hago votos muy sinceros para que quienes iniciemos este camino lleno de asperezas y sinsabores, pero también de serenos goces y de satisfacciones elevadas, lleguen a conocer, para la abogacía, días de plenitud y de gloria.
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